A más de los investigadores que las representaciones del IRD acogen todo el año para misiones de corto y medio plazo, también tienen investigadores residentes por largo plazo. Es el caso de Thomas Couvreur, que se instaló en Ecuador en julio de 2019. Les presentamos a Thomas y su trabajo gracias a esta entrevista que aceptó ofrecernos.
Thomas Couvreur es investigador y botanista en el IRD. Sus investigaciones principales consisten en “entender la evolución, la resiliencia y la diversidad de la biodiversidad tropical” como lo explica en su sitio web. Trabaja más específicamente en los bosques tropicales húmedos, que son uno de los más complejos ecosistemas del planeta. Se enfoca en dos plantas tropicales de estos bosques: las palmas y las anonáceas.
¡Después de esta breve presentación, es hora de la entrevista!
¿Thomas, puedes decirnos qué te motivó a ser investigador y describirnos tu carrera académica?
Forêts côtières ouest équatorien
© Thomas Couvreur - IRD
“Empecé a interesarme en la biología desde muy joven. Al principio, estaba más atraído por los animales, pasaba mucho tiempo afuera, en los parques, capturando pequeños insectos y otras cosas, pero sin real aspecto científico. Es cuando vine por primera vez a Ecuador, entre los 14 y 18 años que descubrí la Amazonia. Toda esta diversidad, esta vida, me impresionó mucho: ¡había encontrado mi pasión! ¿Pero cómo estudiar este ecosistema tan diverso, por dónde empezar? Es complicado mentalizar todo eso tan joven… Pero después tuve la oportunidad de visitar Galápagos, y en ese momento descubrí la teoría de la evolución, del gran Charles Darwin. Decidí entonces estudiar la evolución de la biodiversidad de los bosques tropicales húmedos.
Durante mi tercer año de universidad, conocí a Jean Christophe Pintaud, un gran experto de palmas a nivel mundial, que se convirtió en mi mentor científico. ¡Le debo mucho! Gracias a su dirección, hice mis pasantías de maestría en Ecuador, trabajando sobre una palma domesticada de la Amazonía: la Chonta. Era perfecto: vinculaba selva y evolución, ¡mi sueño desde los 14 años! Durante esta pasantía descubrí las plantas y sobre todo las palmas que se convirtieron en unas de mis especializaciones.
Más tarde, tuve la oportunidad de realizar mi tesis sobre las anonáceas (familia de la Chirimoya/Guanabana, mi otra especialización) en África esta vez. Para ello, me tocó dejar Francia y mudarme a los Países Bajos, en la Universidad de Wageningen. Hice muchas misiones en Gabón, Camerún y Tanzania que me permitieron aprender que los bosques de África son tan sorprendentes y apasionantes como los de la Amazonía.
Después de dos años de post doctorado en el Jardín Botánico de Nueva York, fui empleado en el IRD, en 2010 y aquí creé mi programa de investigación sobre la biodiversidad, la conservación y la evolución de los bosques tropicales húmedos.”
¿En que proyecto trabajas actualmente? ¿Puedes describírnoslo rápidamente?
“Después de 10 años trabajando en el IRD, logré obtener un proyecto ERC (GLOBAL) que permitirá estudiar las grandes hipótesis sobre la evolución de los bosques tropicales húmedos a escala mundial y prevenir el impacto de las extinción de las especies sobre la evolución de estos bosques.
El proyecto se enfoca en una de las familias de plantas tropicales más importantes de los BTH, las anonáceas (que tiene más de 2500 especies en todos BTH del mundo). GLOBAL tiene por objetivo proveer datos cruciales para las políticas de conservación y establecer una nueva norma para los estudios sobre la evolución de los BTH, aplicables también a otras familias importantes de plantas tropicales.”
¿Y en el terreno, a que se parecen las misiones en botánica? ¿Nos podrías describir una misión “típica” en tu campo de investigación?

"Duguetia peruviana", une Annonaceae d'Equateur - côte pacifique
© Thomas Couvreur - IRD
“Las misiones en botánica nunca se parecen! Siempre hay sorpresas. De hecho, cuando estoy en los bosques digo mucho “!esperen lo imprevisto!”.
Por lo general, con nuestras contrapartes y estudiantes, tomamos el coche hasta lo más lejos posible (o sea hasta donde hay carretera). De allí, bajamos el material y nos adentramos en la selva en dirección de nuestro punto de colecta. La gran mayoría del tiempo, vamos a regiones aisladas, donde la biodiversidad aún no está bien recolectada y explorada. Cargados con nuestras mochilas y carpas, tratamos de seguir a los guías… ¡Pero no puedo ni imaginar lo que piensan cuando nos van llegar, llenos de lodo y cansados, mientras que para ellos es tan solo un pequeño paseo! Instalamos el campamento, cerca de una fuente de agua, lo que es muy importante para cocinar y más que todo para lavarse. Todos los días, nos adentramos en los bosques a la búsqueda de plantas en flores y/o en frutas.
Como botanista, estoy armado de unas tijeras de podar, de largos palos para poder recolectar en las ramas más altas, de un GPS, de unas bolsas Ikea azules muy útiles para guardar las muestras botánicas, y también de mi bandana roja en la cabeza: elemento fundamental que impide que, con el calor y la humedad, las gotas de sudor caigan en mis ojos.
¡El entusiasmo siempre está en su punto más alto durante las misiones porque la diversidad de las especies que encontramos es increíble! En la noche, secamos las muestras. Es una tarea muy cansada, más que todo después de un largo día de caminata. ¡Pero, por otro lado, si tenemos mucho que secar, es una buena noticia porque significa que el día fue exitoso! Finalmente, cenamos: pasta con frijoles, arroz con atún y salsa de tomate, y de postre una barra de chocolate. Después de todos estos pasos, es hora del baño (en el río, si estamos con suerte!). Y, a dormir en la carpa. Dormir temprano y levantarse temprano: es la regla en los bosques. ¡Todo empieza de nuevo por la mañana!
Las misiones pueden ser muy cansadas la verdad, pero siguen siendo unos de los aspectos que prefiero en el trabajo de investigador. “
¿Para concluir, tendrías una anécdota, un recuerdo memorable que contarnos sobre Ecuador?
Forêt à Yasuni avec un palmier (Geonoma macrostachys) au premier plan
© Thomas Couvreur - IRD
“¡Ecuador es el país donde hice la misión más difícil que conocí hasta hoy! Tenía 23 años, y me fui a recolectar palmas en pleno bosque tropical, en la “Cordillera de galeras”, cerca de Archidona (Tena), situada en los montes Andinos, allí donde la Amazonia empieza. Era mi primera misión con objetivo científico en el bosque y estaba muy impaciente (¡pero iba pronto a arrepentirme!). Me habían explicado que, para llegar hasta la Cordillera, se tenía que caminar tres días en un bosque denso y que luego acamparíamos una semana en el sitio antes de regresar.
Ingenuamente, pensaba que iba a ser fácil porque estaba acostumbrado a las caminatas… Pero, lo que se tenía que saber, es que, en esa región, la Amazonía no es plana: son 1000 metros de altura y hay numerosas colinas. Sube y baja todo el tiempo, y con un suelo lodoso, resbaladizo. Entonces, con mi mochila tres veces más pesada de lo que debería (otro error de debutante), sufrí para mantener el ritmo de mi guía, Nelson. Se tienen que imaginar: ¡se avanza tres pasos, se resbala y se retrocede cinco; hay que agacharse para evitar las ramas y lianas que están en la ruta; se queda uno arrodillado y luego no hay como levantarse por el peso de la mochila; las piernas tiemblan, bañados en sudor y completamente cubiertos de lodo!
Al final, después de tres días muy complicados, hemos llegado. Pero rápidamente, la lluvia también llegó… a torrenciales!. Trabajar bajo lluvia tropical en bosque es muy difícil, a veces peligroso. El otro peligro era que los ríos que habíamos cruzados para llegar iban a crecer y bloquearnos el camino de retorno. Decidimos entonces no regresar sino hasta después de cuatro días de trabajo.
Obviamente, el regreso fue más resbaloso y agotador. ¡Completamente mojados, pesábamos más también y ello no facilitaba la caminata! Moverse entre lodo y ramas es extenuante… ¡Al menos, para mí! Porque Nelson, él me miraba con un aire de lástima. ¡Durante este trayecto odié el bosque, la selva, no quería saber nada más de este entorno hostil que me hacía tropezar y caer todo el tiempo! Para completar esto, un poco antes del fin de la misión, cerca de la civilización, caí hasta las caderas en un charco de lodo mezclado con excrementos de vacas. Me dio una infección mycorhizienia a nivel de las piernas. El hongo empezó literalmente a devorarme las nalgas… Llegando a Quito, no era sino una sombra de mí mismo: extenuado, enflaquecido y corroído por un hongo malicioso. Me desplomé en mi cama por unos días, esperando que la fiebre pase, bajo la mirada preocupada de mi esposa y de mi familia.
¡En total, había pasado solo siete días en el terreno y en qué estado estaba! Había que interrogarse sobre mi capacidad de ser investigador. Me parece que, durante esta primera misión, la selva gozó con mi novatada. En ese momento me juré nunca más regresar a Galeras. Pero nueve años más tarde, fui de nuevo por allá, en el marco de mi proyecto post doctoral. Pero esta vez, con la capacidad de ver cuán magnífico lugar es la Cordillera. ¡Y con Nelson, que se convirtió en un buen amigo hasta entonces! Pero, esta vez, ya había aprendido de mis errores.”
¡Gracias Thomas por este precioso testimonio… Estamos muy contentos en el IRD Ecuador de que esta desventura no haya sido suficiente como para hacerte cambiar de profesión y que leerla permitirá alentar a los jóvenes investigadores que quizás viven este tipo de experiencias ahora!